La retinopatía diabética es una de las complicaciones más frecuentes entre los pacientes que tienen diabetes, tanto tipo I como tipo II. Se trata de un daño progresivo que afecta a los vasos sanguíneos de la retina (la parte del ojo sensible a la luz) y que puede llegar a causar la ceguera total.
Cuando la enfermedad aún está poco avanzada (retinopatía diabética no proliferativa), los capilares del ojo se vuelven porosos y dejan filtrar su líquido y sangre hacia la retina, ocasionando visión borrosa. Es mucho más frecuente y no suele requerir tratamiento. En los estados más avanzados (proliferativa), se produce el crecimiento de nuevos y frágiles vasos sanguíneos dentro del ojo. La sangre procedente de esos vasos porosos puede llegar a 'ensuciar' el humor vítreo (una especie de gel transparente que llena el globo ocular) bloqueando el paso de la luz y produciendo imágenes borrosas.
El líquido que se filtra de estos nuevos vasos puede afectar a la mácula (la parte del ojo que nos permite la visión más fina, con detalle), lo que provoca que ésta se inflame y la vista se nuble. Este problema se denomina edema macular y puede ocurrir en cualquier fase de la retinopatía, aunque es más frecuente a medida que progresa. Se calcula que el 80% de las personas que han vivido con diabetes durante al menos 15 años tiene algún tipo de daño o lesión en los vasos sanguíneos de la retina.
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