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domingo, 3 de mayo de 2009

Indigentes en La Habana.


Rigoberto Pérez vive en la caseta de la parada de ómnibus de la calle 26, entre 51 y la rotonda de la Ciudad Deportiva. Rigoberto es negro, viejo, indigente, huele mal, y está loco. La gente pasa por su lado y lo elude. Es un caso más entre un grupo creciente de indigentes que pululan por la capital. Rigoberto acumula basura y duerme sobre el banco de la caseta. Hace sus necesidades fisiológicas en la parte trasera de la parada. Come de los latones de desperdicios, o de lo que algún que otro transeúnte le brinda. Aunque enfermo de los nervios, no pasa por tonto; es un ser muy inteligente. Para variar su rutina recoge cabos de cigarrillos, los que se fuma cuando encuentra cómo prenderlos.

Frente a su morada hay una cafetería, de venta en divisas. Allí vive otro mendigo, un hombre relativamente joven, barbudo. Pide limosnas para sobrevivir, o disputa las sobras que dejan los comensales con otro vagabundo que suele dormir en el parqueo de un hospital cercano.

En la anterior parada de ómnibus permaneció tirado durante varias horas otro joven mendigo, hasta que fue conducido a un centro asistencial. Sufría un ataque de epilepsia y se encontraba en el suelo, con espuma y sangre en su boca. Nadie se había dignado a ayudarle, a pesar de que el cuerpo de guardia del hospital Clínico Quirúrgico se encuentra a 100 metros.

Las autoridades califican a estos individuos como reambulantes para no reconocer la existencia de desamparados en Cuba. Se trata de seres humanos con diversas patologías siquiátricas que tienden a distorsionar enormemente la realidad y necesitan ser atendidos. Profesionalmente, no a base de electrochoques. Al menos merecen que sus condiciones de vida sean mejoradas de vez en cuando. Las diversas instituciones de salud mental no tienen establecida una política coherente para proporcionar tratamiento y seguimiento a estos hombres.

Según , no los atienden porque muchos no están registrados en una zona específica. Nadie lleva cuenta de ellos. Las mismas autoridades del orden público evitan montarlos en los autos por el mal olor. Luego, para que un paciente sea aceptado en una institución siquiátrica del país precisa de un acompañante. Fuente : CUBANET NEW

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